NOTA PUBLICADA EN LA REVISTA ACCIÓN

EDICIÓN 1080 – AGOSTO 2011

La resistencia del viejo librero

 

 

SOCIEDAD: UN OFICIO CON HISTORIA

La resistencia del viejo librero

BOEDO. El Gato Escaldado, una librería de un barrio porteño donde, en los últimos años, ha resurgido la actividad cultural.

Foto: Horacio Paone

La historia comienza en 1785, en un lugar ubicado en la esquina de las actuales Alsina y Bolívar, en pleno barrio de San Telmo. Allí funcionaba un almacén llamado La Botica en el que se vendían velas, estampitas, crucifijos y algunos libros que provenían del Alto Perú. La ciudad de Buenos Aires era dirigida por el virrey Nicolás del Campo y formaba parte del Virreinato del Río de la Plata, creado en 1777, bajo el dominio del rey Carlos III de España. La historia fue desenvolviéndose con pasos vertiginosos y revolucionarios, pero La Botica persistió en su ubicación geográfica y, hacia principios del siglo XIX, se fue especializando en la venta de libros, pasando a constituirse así en la primera librería de la Argentina. Fue conocida entonces como la Librería del Colegio, dada su proximidad con el Real Colegio de San Carlos, inaugurado como tal en 1767 y que hoy se llama Colegio Nacional de Buenos Aires.
«Un hecho que distingue a esta librería de otras también antiguas es que siempre estuvo ubicada en el mismo lugar», señala Miguel Ávila, dueño del comercio desde 1982 y cuyo apellido le da el nombre actual. La librería se especializa en el área humanística, en literatura argentina y latinoamericana, en antropología, historia, arqueología y en estudios acerca de la población aborigen, historia del barrio y material acerca del tango. También elabora un catálogo que circula de manera gratuita aquí y en el exterior, de modo que se pueden hacer pedidos de libros que difícilmente se hallen en otros lugares. Posee también una rica variedad de libros raros y antiguos. «Hoy, y esto cambia constantemente, nuestro libro más antiguo data de 1680. Incluso alguna vez en el intercambio de compra y venta hemos podido dar con un incunable», resalta Ávila con entusiasmo. En el año 2000 el local fue declarado sitio de interés histórico. En la librería también hubo una vida de tertulias y debates muy activa en los siglos XIX y XX. Allí concurrían, por ejemplo, personajes de la talla de Sarmiento, Avellaneda, Obligado, Rivadavia y tantos otros, porque el Congreso estaba ubicado entonces a unas pocas cuadras.
Siguiendo el recorrido por la ciudad, en el barrio de Recoleta, ubicada sobre la avenida Callao, se encuentra la Librería Clásica y Moderna, inaugurada en 1938 por el inmigrante español Francisco Poblet. Proveniente de una larga y prestigiosa tradición de libreros, Poblet transmitirá su pasión por los libros a sus hijos. «Yo nací en este lugar. Mi documento nacional de identidad, que saqué cuando tenía 18 años, tiene este domicilio y va a seguir diciéndolo», señala Natu Poblet, actual propietaria. «El espacio físico es pequeño, pero ninguna librería puede tener todo y ahí entra mi preferencia y mi gusto por tal o cual libro». Clásica y Moderna se especializa en narrativa y ensayos históricos y políticos, aunque hay también algo de poesía. Se destaca asimismo la incorporación de un espacio destinado a actividades culturales diversas, como recitales y conciertos, para lo cual fue necesario realizar una importante renovación arquitectónica de la vieja y señorial casona. «Mi padre, como viejo librero, era el que abría y cerraba el negocio. Estaba todo el tiempo aquí. Cerraba al mediodía, almorzaba, dormía media hora de siesta y volvía», rememora Poblet. «Yo tengo en la vidriera de la librería los libros que recomiendo, que me parecen interesantes y la gente valora eso como parte del oficio y los clientes que nos conocen hace tantos años me piden una sugerencia». Buscando una definición del oficio, señala: «Es ante todo un trabajo que tiene sus aspectos arduos en lo que hace a lo administrativo y operativo, que es muy duro, y en cuanto a lo lindo, creo que es mirar los libros, hablar con los clientes acerca de sus lecturas. Es también saber comprar, estar atento a tu stock, a lo que vendés, que no te falte un libro. Es un comercio y tiene toda su complejidad. Ser librero es, primero que nada, saber qué libros hay, qué editoriales hay, quién trajo tal o cual libro, si hay que importarlo, si ese libro tuvo otra edición».
No muy lejos de allí, sobre la avenida Corrientes, se encuentra otra de las librerías emblemáticas de la ciudad, la Librería Hernández. El gran espacio alberga unos 100.000 títulos. «Estamos en el barrio de San Nicolás, zona de mucho tránsito porque tenemos los teatros, los Tribunales y diversos comercios, es decir, es un área de gran desarrollo comercial y profesional de donde proviene fundamentalmente nuestra clientela», señala su actual dueño, Ezequiel Leder Kremer. La librería fue fundada por Damián Carlos Hernández, de ahí su nombre, quien luego de trabajar en la editoral Emecé, en 1956 se independizó y se estableció primero en la calle Tucumán y desde 1968 en la actual ubicación. La librería tiene varias características que la destacan. Hay una gran cantidad de volúmenes, con especial predominio de la literatura clásica antigua y moderna, contando siempre con más de una edición, en diferentes traducciones y costos. También la poesía posee un espacio destacado, tanto la producción nacional como la española. Y además tienen cabida las ediciones independientes en las cuales el editor cuida personalmente todos los aspectos del proceso de edición. Punto de encuentro destacado en el mapa cultural e intelectual de los años 60, la Librería Hernández recibía a ávidos lectores que buscaban en sus mesas las novedades para participar de lleno en la ebullición cultural y, especialmente en los 70, facilitó el espacio para el debate y la discusión de ideas en el marco de la agitada y vertiginosa vida política del país. «En la actualidad se edita mucho, hay una hiperproductividad. Actualmente se incorporan a la oferta unos 20.000 títulos nuevos por año, a los que hay que sumarle los libros que vienen del exterior. Creo que la tecnología está provocando un cambio fenomenal como es el libro electrónico, que modifica muy profundamente la actividad tanto en lo referido a la producción como a la comercialización así como el acto mismo de leer», señala Leder Kremer. «Hoy hay más gente que lee y escribe y el libro no es el soporte hegemónico. Esto es un cambio impresionante porque implica una mayor difusión y democratización. Por otra parte hay un empobrecimiento en cuanto al conocimiento pues no se profundiza, hay rapidez en la producción y en la lectura y esto hace superficial el vínculo con el conocimiento. Hay cambios también en el oficio mismo del escritor en cuanto a su remuneración, por ejemplo, o con la aparición de los blogs, que posibilitan que todos en cierto modo publiquen sus textos que de la manera tradicional no podrían».
El mapa de la ciudad, la de los 100 barrios, podría trazarse a partir del señalamiento de las librerías que han ido creciendo y multiplicándose durante más de 200 años. Los libreros y sus comercios cifran en sus historias personales el devenir mismo de la historia de la sociedad, sus ciclos, sus períodos y sus afanes por ser y tener una identidad propia.
Otro caso, en un paisaje alejado del ruido y el trajín agitado de la gente, se encuentra en el corazón del barrio de Caballito, la librería Gambito de Alfil, en la esquina de las calles Puan y José Bonifacio. El nombre se debe a que uno de los socios fundadores era aficionado al ajedrez y la expresión designa a una jugada por la cual se sacrifica un peón. «Yo venía del mundo de las artes y de llevar una vida loca, y además tenía a mi primer hijo, era un momento de aquietarse, bajar un cambio», explica Teresita Otero, dueña de la librería. «Se abrió en 1989 en un local chiquito, con muebles que eran de mi casa y parte de mi biblioteca. Y 100 dólares era mi capital inicial». A unos pocos metros está la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, precisamente por esa cercanía, la librería se especializa en todo lo relacionado con lo humanístico, pues los alumnos y profesores son los principales clientes. «Aunque también la gente del barrio –cuenta Otero– fue creyendo de a poco en nosotros a partir de nuestro trabajo y esfuerzo, y además aquí se da el fenómeno del gran crecimiento que tuvo este barrio en los últimos años, sus numerosas construcciones de edificos que fueron transformando muchísimo su aspecto». Otero esboza una definición del oficio: «Yo llegué por azar a este oficio y creo que es una de las mejores cosas que me han ocurrido. No podría hacer otra cosa. Es como un vicio ver qué salió, tener los libros, que te llegue todo para verlos. Es un acto de lujuria».

Letras y tango

Pegado al barrio de Caballito se encuentra el de Boedo, caracterizado por la gran movida cultural vinculada con el auge del tango como fenómeno propio de Buenos Aires. Allí, sobre la tradicional avenida Independencia, cerca de la avenida Boedo, se halla la librería El Gato Escaldado, inaugurada en la Navidad del 2006. «Su nombre alude a un libro del poeta Nicolás Olivari, publicado en 1929», explica su dueño, Marcelo López, quien aporta su conocimiento como Licenciado en Letras y su experiencia de varios años como empleado en el rubro. «Ésta es la única librería de Boedo, y sentimos pasión por este barrio que siempre tuvo una fuerte actividad cultural, que fue de mucho anarquismo, mucha biblioteca pública, de debate cultural en la calle, y que hoy intenta recuperarse». El local posee una destacada zona de literatura infantil. «Tratamos de tener una amplia variedad de textos. Trabajamos mucho por encargo, lo cual es mucho trabajo, pues hay que conseguir lo pedido, pero esto es porque nos importa mucho nuestro vínculo con los clientes. Y es importante también que la gente vuelva porque le recomendamos algo que les pareció una buena sugerencia. Esto forma parte del oficio de librero y, quizás, no se da en las grandes cadenas», enfatiza López.
A unos cuantos kilómetros de allí, en Palermo, se encuentra la librería Eterna Cadencia. Establecida sobre la calle Hondura, en una vieja casa chorizo reciclada de tal manera que presenta enormes ambientes cuyas paredes están completamente cubiertas de estantería de cálida madera oscura. «Abrí en diciembre del 2005. Tenía ganas de ponerle un nombre que expresara lo que representa para mí la lectura y yo leía con desasosiego, esa cuestión de inabarcabilidad, una cierta incomodidad, una cierta angustia al leer a los genios que exponen sus temas, sus problemas. Busqué una palabra que me gustara. Tampoco lo pensé mucho. El desasosiego venía de una búsqueda de equilibrio, de felicidad a través de la lectura», dice su dueño, Pablo Braun. A la actividad de venta de libros se le han sumado la creación de una editorial del mismo nombre y la realización de diversas actividades como la presentación de libros y el dictado de cursos, charlas y talleres vinculados con la producción literaria. «Es un poco más que una librería, hay mucho movimiento. A mí me gustaría hacer un centro cultural», señala con entusiasmo Braun. Coincidiendo con otros libreros, Braun señala la importancia del cambio de hábitos y costumbres que viene a marcar el desarrollo tecnológico. «Engloba algo más que las librerías, es el futuro de la lectura. Internet y el libro electrónico –afirma– están cambiando las formas de lectura, se lee más que antes, pero distinto. Se navega, se sobrevuela un texto, se lee fragmentariamente. El libro electrónico no requiere una librería y se va a ir haciendo fuerte de a poco. Tenemos que ver cómo nos acomodamos todos. Hoy creo que las librerías de barrio son las que mejor van a plantarse porque son las que cuidan más a ese lector que se niega a leer sin el objeto libro entre sus manos».
Difícilmente pueda sintetizarse una única definición del oficio que tiene tan fructífera y larga trayectoria en el país, pero es seguro que no puede faltar como rasgo distintivo el de ser un persistente formador de lectores y destacado mediador entre un texto y su destinatario. «El panorama actual –señala Miguel Ávila– es seguir peleando y resistiendo con este espíritu, con esta relación, con esta idea de ser un puente que acerque la producción escrita, el mundo de las ideas y de la imaginación a sus lectores». Nunca va a morir el hecho de tener un libro en la mano, comprarlo, olerlo, girar sus páginas, leerlos, sentirlo, agrega. Como dice orgulloso el dueño de la librería más antigua del país, «hay libreros de raza y van a seguir estando por amor al libro, por amor a esa relación especial con el cliente. Es una experiencia de los sentidos completa que es eterna e imperecedera».

Marcela Fernández Vidal