Kentukis

de Samanta Schweblin, Literatura Random House (Penguin Random House), Buenos Aires, 2018.

¿La novela de la década?, ¿de qué década hablamos?, ¿qué límites calendarios incluimos en esa década?, y más aún, ¿serían relevantes para algo definir esos límites de ranking? Lo que me interesa rescatar al decir “década” es, en todo caso, otra cosa.

La primera novela de Samanta Schweblin[1], Kentukis, se acaba de editar, es del año 2018, y sin embargo podría estar escrita y personificada en un pasado no lejano o en un futuro no lejano, porque es distópica pero profundamente actual. Pero en esa pequeña ambigüedad temporal no lejana, lo que sucede de una manera sorprendente es la verosimilitud tajante de una época, la nuestra, primera etapa del siglo XXI, años más o años menos. Y el modo en que esa verosimilitud nos interpela, en tanto lectores y sujetos sociales relacionalmente sujetados a sus contemporáneos dispositivos, es de una eficacia literaria tan poderosa que se destaca alto en la literatura argentina reciente[2].

Si bien hace metros de cuentos que Samanta Schweblin viene mostrando una alta capacidad para construir inquietudes espesas sin necesidad de petardos, ketchups o músicas incidentales, en Kentukis logra, a través de la amplitud de su coralidad, desobturar la mirada en un abanico de tenues luces ácidas sobre la oscura selva de las relaciones humanas actuales, marcadas ya casi inevitablemente por la emergencia y consolidación del uso de los dispositivos donde se mezcla comunicación, información y ocio. Y eso, que nos está sucediendo y transformando ahora, con algunos años más o menos, es diseccionado con sentimientos, conceptos y narrativa de un modo que parece mucho más efectivo para abarcar la comprensión de esas nuevas (y ya no tanto) conductas relacionales presenciales o remotas que el de cualquier ensayo de análisis o registro. El poder de la ficción, la potencia de la fantasía.

La extrañeza, condición de su literatura, y tan productiva en Samanta Schweblin, consigue en Kentukis una vuelta de tuerca adicional: la hace familiar[3]. Podríamos pensar que la extrañeza ya se venía haciendo familiar en su obra cuentística o bien que nosotrxs nos venimos familiarizando en la extrañeza Schweblin. Pero el verosímil alcanzado en Kentukis huye de la excepcionalidad de su invento, y hace no sólo posible poder preguntarse ingenuamente si los Kentukis realmente existen, sino que logra que en su propia ficción la realidad Kentuki pueda sernos familiar, cotidiana, cercana[4]. Y entonces ya no importa si existen o no los Kentukis, lo que importa es el modo tan real en que podemos entender el mundo imaginado con Kentukis. Eso lo permite la literatura, , eso es concentrado puro de literatura, eso es el extrañamiento acabado que puede darnos una buena ficción para interpelarnos desde la factible y creedera mentira de una fantasía bien narrada.

La novela de la década, años más, años menos, no quiere decir necesariamente el mejor libro escrito dentro de un grupo de libros. Quiere marcar la importancia coyuntural de un hito literario, que interroga en la especulación ficcional nuestras complejidades de hoy, hacia adelante desde atrás, pero acá nomás, en nuestra época. Y que lo hace con mucha eficacia, inventando, desde y hacia la literatura argentina. Y no es algo que suceda todos los días, ni todos los meses, ni todos los años.

¡Gracias Samanta…!

López, Boedo, 2018

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[1] Digresión I: La obra literaria, por fortuna tan en desarrollo, de Samanta Schweblin se destacó hasta ahora por el eficaz trabajo sobre el relato, corto y largo. Es, o era tal vez, un rasgo específico de su escritura. Así logró cuentos o relatos que seguramente estarán en cualquier buena antología de literatura argentina y latinoamericana que se edite durante este siglo. En ese marco, Distancia de rescate (un libro que más que libro es una experiencia de lectura de brutal inquietud, de la que no se sale ilesx) no deja de ser un largo relato, que muy acertadamente se edita sólo, porque la potencia del relato lo necesita y lo agradece. Pero el que se edite “suelto” para nada lo convierte en una novela. La construcción de una novela tiene otras competencias, y eso es lo que Samanta Schweblin encaró con mucha altura, con notorio trabajo sobre la coralidad y creativa dedicación, para construir otro dispositivo textual, novedoso dentro de su obra hasta acá, que sin embargo no deja de pertenecer a su edificado mundo literario.

[2] Digresión II: Y en su actualidad Samanta Schweblin pareciera estar afincándose en la tradición literaria argentina de escritores y escritoras que, aun viviendo o desarrollándose profesionalmente fuera del país, continúan escribiendo en una lengua literaria argentina.

[3] Digresión III: Concepto que la distancia de la algo forzada asociación de Kentukis con la serie distópica Black mirror y la emparenta con la destacada tradición literaria argentina que trabaja lo fantástico desde lo familiar-cotidiano, Cortázar, Silvina Ocampo, Bioy Casares, etc.

[4] Digresión IV: Algo que desarrolló tan bellamente bien la honrosamente epigrafiada Úrsula K. Le Guin. Y otra digresión más respecto a los epígrafes, tan contundentes, y que fortalecen el programa literario Schweblin: mientras que uno tira anclas hacia el discurso duro y tan real material de un manual de instrucciones de un aparato, el otro hace aguas en el inconmensurable mar de la fantasía.

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Libros novedades, libros extrañezas, libros de luminosa potencia, libros de huidizas asociaciones, libros de un eterno instante de lectura, libros estrellas, que resaltan momentáneamente del universo escaldado físico y se muestran en fugacidad virtual, destacándose, emergiendo, brotando, desparramándose.

Eso es una saliente escaldada.